viernes, 26 de agosto de 2011

NoChE

Salir a caminar es lo que me permite tomar fuerza por las tardes para alcanzarme con una sonrisa en la noche.

A pesar del tiempo transcurrido, necesito de esta dosis todavía para poder respirar un poco más tranquila. Pero no dura mucho. Cuando la noche toca mi puerta, me siento con ella a hablar de ti. Le converso que en el día le fui infiel con la luz del sol suponiendo un amanecer mejor, pero que pude darme cuenta que no se trató de un engaño, solo una desilusión.

Le cuento también que no dejé de sentir un solo instante tu ausencia. Que unos afirman que el dolor ya es a propósito y otros ni se molestan en entender. Da lo mismo, no pretendo que me entiendan porque a la final, no dejaste mucho que entender, solo una partida.

Le cuento muchos de nuestros recuerdos, o bueno mejor dicho, de mis recuerdos. Lo hermoso que era mirarte a los ojos y hacerte una mueca para lograr tu sonrisa. Lo eterno que parecían nuestras horas juntos abrazados uno del otro viviendo el para siempre. Lo extraordinario que fueron los días a tu lado, pese a lo complicado, pese a todo. El eterno resplandor de mi felicidad caminando juntos de la mano, unidas por dos únicas palabras que no se volverán a escuchar. Y lo efímero de nuestro amor.

A los pocos minutos de esa cálida conversación, el silencio habla por mí y ella me mira intrigada para ver cuál será mi siguiente paso. Cierro los ojos y un par de lágrimas resbalan por mis mejillas limpiando de a poco la extraña crema que cubría mi rostro. El entrecortado suspiro hace que la noche también suspire a mi lado y me acompañe en este lamento.

Cuando logro recobrar la palabra y abrazada a ella, le pregunto incesantemente cuánto tiempo más tendrá que pasar. Cuántos amaneceres me verán y no cobijarán todavía mi vida. Ella me escucha tan callada. No tiene respuesta, no me dice nada. Ni la misma noche lo sabe y desespero.

De repente oigo tu voz, frases que fueron tan mías y viven en la locura de mi recuerdo. Duelen y temerosa grito porque ya no habrá regreso, no volverán. Pero ella rápidamente ahoga el dolor con un suave frío que recorre mi cuerpo pidiéndome que me calme y es ahí cuanto intento respirar, otra vez.

Me acompaña ya por un par de meses y cada vez tengo más confianza en que ella no me abandona, que será de verdad quien nunca se canse de escucharme, de verme llorar sin reprocharme  y sobretodo no de consolarme, sino de acompañarme.

Es la noche quien mejor me conoce.